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El rey olvidado

Es común en nuestra cultura que, con la proximidad de las fiestas navideñas, nuestras mentes individuales se centren en pensar en reuniones familiares, regalos, reuniones, comidas …

Recuerdo cuando era pequeño la agradable sensación de leve ansiedad que me producían los días previos a la celebración navideña. Ver los regalos que nuestros padres compraron y colocaron al pie del árbol que habíamos cortado de un pinar no muy lejos con mi papá. Salíamos en algún vehículo que pudiera conseguir, íbamos a algún lugar donde había muchos pinos, elegíamos un gajo grande bonito y la cortábamos. Luego lo llevamos a casa y lo metimos en la casa para luego ponerle los adornos. El olor a pino impregnaba toda la casa.

Este rito (que se repitió durante unos años cuando era pequeño) marcaba la llegada de un momento muy especial. Era obvio que sabíamos de memoria el significado de la Navidad. Estábamos claramente conscientes de que estábamos celebrando la encarnación del Dios de la eternidad en un ser humano limitado, pero los recuerdos no son teológicos sino emocionales. Nada, en todo el año, podía competir con la Navidad. Ni siquiera el Día de los Reyes (celebrado en Uruguay – formado sobre los pilares de educación y gobierno laicos y liberales – el 6 de enero) donde también se recibían regalos; ni el cambio de año; ni el cumpleaños en sí. Nada, era tan deseado como la Navidad. Incluso con la llegada de la comercialización y la mercantilización de las fiestas navideñas, nada compitió con ese sentimiento de calidez, esperanza, seguridad, conexión, intimidad, libertad, estabilidad y tantas otras cosas que nos trajo la celebración navideña.

La cena de Navidad en sí (que fue, después de todo, la culminación de todos estos días de espera) fue una fiesta en sí misma. Recuerdo que mi madre se ocupaba de comprar algunas cosas especiales meses antes. Quienes viven en lugares donde las estaciones están bien definidas saben que hay algunas cosas que cambian radicalmente de precio y disponibilidad a lo largo de los meses o, en el caso de primavera a verano, en unas pocas semanas. Aquellas cosas que serían parte de la cena, eran guardadas y reservadas para esa única cena. No siempre fue una gran cena, ya que los años 70 y 80 no fueron particularmente adinerados, pero sabíamos que podíamos esperar algo diferente.

Pasaron los años y si alguien me pregunta hoy por alguna comida o algún adorno específico colocado en el árbol, o si recuerdo un regalo de una manera específica, lamentablemente no lo recuerdo. Hice el ejercicio de tratar de recordar algunos de estos detalles mientras escribía este texto, pero no puedo recordar ninguno de ellos.

Pero recuerdo la felicidad. Recuerdo las caras iluminadas. Recuerdo la alegría de mis hermanas, las sonrisas de mis padres. Recuerdo … todo lo bueno.

Lenta y sigilosamente, la amargura de la vida, las rabias, las rabias, los odios se fueron acumulando. En algún momento, el propio Rey fue olvidado y abandonado por completo y la fiesta nunca volvió a ser la misma.


Mi deseo, desde el fondo de mi corazón, es que esta Navidad, mi querido lector, se tome un momento para ver qué está en su poder para evitar que el Rey de la fiesta sea olvidado. De lo contrario, incluso con el nombre de «navidad», solo estaremos celebrando su exilio del lugar del que nunca podría haber sido exiliado: nuestra propia existencia.

Sobre «Jesús – Navidad – Resurrección»: Unas pocas palabras…

Rafael Campos

Estas son algunas pocas palabras que me acuerdo de los estudios del seminario y, también, libros re-visitados sobre el asunto. Se que el momento es de ardor por el nacimiento de Jesús, pero siempre me apego, en estas fechas festivas, al significado de Su venida a este mundo, a nuestro espacio humano.

La navidad refleja, mismo frente a todo el contexto que cabría al Imperio Romano al imponer esta fecha, una realidad histórica de vida y esperanza. La navidad – el nacimiento de Jesús sin los adornos capitalistas de consumo – re posiciona la historia humana a una realidad apocalíptica que siempre fue viva en la memoria y en el cuerpo narrativo de los profetas y por lo tanto, siempre viva en las expectativas de un pueblo oprimido y necesitado de liberación/justicia y de un libertador.

Habla, principalmente, de la venida de este libertador y de la liberación que un pobre niño judío en Belén trajo a través de su tabernacular en este mundo. Habla del cumplimiento de las profecías y de una nueva vida que el vivió a través de la suya propia. Habla de la renovación de la realidad a través del Reino que él encarnó y, en el futuro, de la renovación de toda la realidad en la vindicación y consumación de todas las cosas.

A partir de su nacimiento, su vida ejemplar e profética, muerte y resurrección, podemos hablar de la esperanza que su estancia aquí produjo en los corazones que creyeron y creen desde aquel tiempo.

Quien me conoce sabe que soy crítico de las «fraseologías» o de las jergas populares, del evangeliqués. Dichos como «Jesús es nuestra pascua», «Jesús resucitó», o todavía «La tumba está vacía» … No soy contra ninguna de esas, aunque no las veo, racionalmente, tan contundentes y vivas como son expresadas. Tampoco pienso que existan argumentos científicos que prueben tal hecho (creo ser un hecho histórico), o que concuerdo piamente con la historiadora judía Karen Armstrong al decir que «al intentar transformarse en ciencia, la teología solo consiguió producir una caricatura del discurso racional, ya que estas verdades no se prestan a la demostración científica«+

Un escéptico o un ateo neófito invalidaría tales jergas con argumentos mucho más racionales y expresivos o precisos que un creyente platónico y sentimental que lleva en su boca apelas el «Él resucitó»

La propia psicología  social invalidaría la resurrección sugeriendo la teoria de la «disonancia cognitiva». Otros sugerirían que la resurrección es apenas una metáfora (no que no sea) de una experiencia relogiosa que los cristianos primitivos tuvieron por cuenta de la experiencia de la gracia y del perdón, lo que permite sugerir innumerables negaciones sobre la muerte y resurrección  de Jesús.

Cuando recorremos las narrativas evangélicas canónicas, vemos que todas las cuatro narran sobre la muerte y resurrección de Jesús, el Mesías. Independientemente del lente de cada autor-narrador, la narrativa se encuentra presente en la tradición cristiana primitiva, sugiriendo, por algunos teólogos y exegetas, que son anteriores al apóstol Pablo (Lo que evoca el poder se su memoria y de su oralidad).  Pero la evidencia que se torna explicita en los evangelios, principalmente para los personajes de la trama, es que «Jesús resucitó» y si resucitó «Él es el Mesías».

¿Fue una fraseología que se tornó jerga en los moldes que indiqué luego arriba? ¿Fue una jerga presente en el contexto judío? No. Ni uno ni otro. Primero porque los discípulos de Jesús nunca entendieron o sospecharon de su resurrección. Segundo, el contexto judío no aceptaba la premisa de que alguien había muerto y resucitado. Prefiero «creer» (racional partiendo de la fe y no de hechos comprobados) que la resurrección de Jesús alimentó en sus discípulos la antigua expectativa apocalíptica del Mesías, elevándolos al verdadero sentido de su muerte y resurrección, o sea, una nueva creación, la victoria de Dios sobre la muerte (mal) que fue anulada en la cruz y su retorno a la vida.

La esencia de la navidad tiene que ver, en un macro contexto, con esa liberación/justicia tan esperada y con la esperanza ocasionada por la resurrección de este niño/hombre/Dios, o sea, un día lo veremos cara a cara y así como Él es, nosotros seremos

Esta es una traducción al español del articulo original publicado en portugués por Rafael Campos.

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