Nadie quiere vivir en una casa llena de remiendos. El proceso es simple, una gotera aquí, una grieta acá, un muro defectuoso, en algún momento el remiendo, la reparación se hace necesaria.
Pero nadie quiere que el remiendo sea visto. Generalmente gastamos mucho con la estética final de la casa. El remiendo es entonces siempre hecho de tal manera que podamos -en algún momento- cubrirlo de tal forma que parezca que la casa nunca tuvo grietas.
En la vida personal también es así. No queremos que nadie perciba nuestros remiendos. Básicamente queremos aparentar perfección y no errores estructurales, grietas en el carácter, o simples imperfecciones o goteras en la vida espiritual.
El anhelar ser como Dios es bueno, aparentar la perfección de él no tanto.
Sucede que en nuestra vida, las reparaciones estructurales (las esenciales) sólo pueden ser hechas por el propio creador. Por supuesto que al tratarse del creador, la reparación de él va a ser el mejor de todos los arreglos que puedan ser hechos.
Pero aquí entre nosotros, si la reparación es una acción de Dios,¿no sería interesante que sea vista? ¿No es por acaso fruto de su gracia? ¿No es justamente allí que reside su gloria en mostrar que es posible restaurar el caído? ¿No es exactamente esto lo que el mundo necesita ver? ¿O sea, la acción de Dios restaurando lo que el Pecado ha estropeado?
Entonces, tal vez sea mejor vivir en una casa remendada por el Señor que una construida por nosotros mismos sólo para que quien pasa por afuera admirar.
Estas son algunas pocas palabras que me acuerdo de los estudios del seminario y, también, libros re-visitados sobre el asunto. Se que el momento es de ardor por el nacimiento de Jesús, pero siempre me apego, en estas fechas festivas, al significado de Su venida a este mundo, a nuestro espacio humano.
La navidad refleja, mismo frente a todo el contexto que cabría al Imperio Romano al imponer esta fecha, una realidad histórica de vida y esperanza. La navidad – el nacimiento de Jesús sin los adornos capitalistas de consumo – re posiciona la historia humana a una realidad apocalíptica que siempre fue viva en la memoria y en el cuerpo narrativo de los profetas y por lo tanto, siempre viva en las expectativas de un pueblo oprimido y necesitado de liberación/justicia y de un libertador.
Habla, principalmente, de la venida de este libertador y de la liberación que un pobre niño judío en Belén trajo a través de su tabernacular en este mundo. Habla del cumplimiento de las profecías y de una nueva vida que el vivió a través de la suya propia. Habla de la renovación de la realidad a través del Reino que él encarnó y, en el futuro, de la renovación de toda la realidad en la vindicación y consumación de todas las cosas.
A partir de su nacimiento, su vida ejemplar e profética, muerte y resurrección, podemos hablar de la esperanza que su estancia aquí produjo en los corazones que creyeron y creen desde aquel tiempo.
Quien me conoce sabe que soy crítico de las «fraseologías» o de las jergas populares, del evangeliqués. Dichos como «Jesús es nuestra pascua», «Jesús resucitó», o todavía «La tumba está vacía» … No soy contra ninguna de esas, aunque no las veo, racionalmente, tan contundentes y vivas como son expresadas. Tampoco pienso que existan argumentos científicos que prueben tal hecho (creo ser un hecho histórico), o que concuerdo piamente con la historiadora judía Karen Armstrong al decir que «al intentar transformarse en ciencia, la teología solo consiguió producir una caricatura del discurso racional, ya que estas verdades no se prestan a la demostración científica«+
Un escéptico o un ateo neófito invalidaría tales jergas con argumentos mucho más racionales y expresivos o precisos que un creyente platónico y sentimental que lleva en su boca apelas el «Él resucitó»
La propia psicología social invalidaría la resurrección sugeriendo la teoria de la «disonancia cognitiva». Otros sugerirían que la resurrección es apenas una metáfora (no que no sea) de una experiencia relogiosa que los cristianos primitivos tuvieron por cuenta de la experiencia de la gracia y del perdón, lo que permite sugerir innumerables negaciones sobre la muerte y resurrección de Jesús.
Cuando recorremos las narrativas evangélicas canónicas, vemos que todas las cuatro narran sobre la muerte y resurrección de Jesús, el Mesías. Independientemente del lente de cada autor-narrador, la narrativa se encuentra presente en la tradición cristiana primitiva, sugiriendo, por algunos teólogos y exegetas, que son anteriores al apóstol Pablo (Lo que evoca el poder se su memoria y de su oralidad). Pero la evidencia que se torna explicita en los evangelios, principalmente para los personajes de la trama, es que «Jesús resucitó» y si resucitó «Él es el Mesías».
¿Fue una fraseología que se tornó jerga en los moldes que indiqué luego arriba? ¿Fue una jerga presente en el contexto judío? No. Ni uno ni otro. Primero porque los discípulos de Jesús nunca entendieron o sospecharon de su resurrección. Segundo, el contexto judío no aceptaba la premisa de que alguien había muerto y resucitado. Prefiero «creer» (racional partiendo de la fe y no de hechos comprobados) que la resurrección de Jesús alimentó en sus discípulos la antigua expectativa apocalíptica del Mesías, elevándolos al verdadero sentido de su muerte y resurrección, o sea, una nueva creación, la victoria de Dios sobre la muerte (mal) que fue anulada en la cruz y su retorno a la vida.
La esencia de la navidad tiene que ver, en un macro contexto, con esa liberación/justicia tan esperada y con la esperanza ocasionada por la resurrección de este niño/hombre/Dios, o sea, un día lo veremos cara a cara y así como Él es, nosotros seremos
Esta es una traducción al español del articulo original publicado en portugués por Rafael Campos.